
Aquella misteriosa charla con el sodero
Cada día, mientras recorremos las calles de General Cabrera en nuestra tarea de trabajar en los medios de comunicación nos cuentan historias de misterios de cementerios, pero la mayoría de las que nos cuentan no son publicadas ya que no tienen demasiada credibilidad; pero la que escuchamos esta semana vimos en los ojos del interlocutor que no mentía, vimos aún la cara de sorpresa como si aún lo estuviera viviendo.
Caminando por la calle allá en el año 2017 con las revistas “Región del Maní” bajo el brazo le ofrecemos un ejemplar a un señor mayor como de unos 70 años de edad, el hombre gentilmente nos dice “_ Gracias amigo tengo uno, todas las semanas lo busco en la oficina de Fénix, ahí donde le pago internet a mi nieto”.
La amabilidad del hombre motivaba una charla, algo que hacemos habitualmente para conocer la opinión de nuestros lectores y entre comentario y comentario nos contó esta historia que, tal vez por el secreto de sus ojos, nos pareció que no nos estaba mintiendo.
“… Cuando yo era adolecente en San Rafael en mi Mendoza natal, nos juntábamos con dos amigos a las diez de la noche de los viernes en el cementerio a contar un par de historias de terror y nos íbamos al filo de la medianoche, durante toda la semana recopilábamos material para no repetir los cuentos hasta que un viernes fue el último de las reuniones. Mientras esperaba a mis amigos en la puerta del cementerio sentado en una maseta estaba un señor fumando, me preguntó qué estaba haciendo y le conté la verdad, pero el hombre me recomendó que no lo hiciéramos que no había que molestar a los muertos en el cementerio que era un lugar de respeto a quienes ya no estaban más entre nosotros; apenas empezamos la charla reconocí la voz de don Juan el sodero que nos llevaba la burbujeante bebida años atrás, conversamos un largo rato sobre la importancia de recordar a nuestros familiares difuntos y estreché su mano cuando llegaron mis amigos. En la semana mientras tomábamos un vinito mendocino con soda se me ocurrió contarle a mi madre que había estado charlando con don Juan el sodero, que habíamos cambiado por otro que vendía la soda más barata. Mi madre no salía de su asombro cuando le relaté el diálogo con Juan me dejó terminar la conversación hasta la parte donde le dije que estreché su mano en la despedida y me contó que el infortunado sodero había fallecido un año antes mientras reparaba la rueda del carro tirado por caballos que usaba en el reparto. Cuando se lo conté a mis amigos entendimos el mensaje y nunca más molestamos a los difuntos en el cementerio…”
Tal vez los muertos no salgan de su tumba para hablar con los vivos, pero usted no notó algo raro en ese hombre que estaba detrás suyo en la última visita al cementerio.